Este artículo fue escrito para la revista En Exclusiva de Banco General, en la cual fue publicado en junio de 2008.
A sólo días de la inauguración oficial de las Olimpiadas de 2008, y a pesar del meticuloso escudriño del público, China sigue intentando alistarse para que, al abrirle sus puertas a la comunidad internacional en agosto, quede demostrado que el país detrás de ellas ya pertenece al primer mundo. Desde su nacimiento como civilización hace más de seis milenios, la China ha ocupado una gran parte del este de Asia. Tras una larga historia de dinastías, conquistas y derrotas, el territorio de China es considerado hoy en día el cuarto más extenso del mundo y, con sus más de mil trescientos millones de habitantes, el más poblado. Aunque el Partido Comunista ha estado gobernando desde 1949, en 1978 se implementaron varias reformas económicas que le han permitido a la economía de China tener el índice de crecimiento más rápido durante más de veinticinco años consecutivos, y ser la cuarta más poderosa a nivel mundial en la actualidad. Gracias a este desarrollo tan veloz y masivo, en las últimas décadas el país ha recibido mucha atención de parte de la comunidad internacional. Sin embargo, hasta hace unos años, el Gobierno chino aún sentía que necesitaba demostrarle al mundo que semejante crecimiento no implicaba falta de estabilidad en su sociedad, sino más bien lo contrario. La única manera de lograrlo sería atrayendo a miles de personas a presenciar con sus propios ojos lo que el país había logrado. Un evento como las Olimpiadas sería la oportunidad perfecta para alcanzar este objetivo. Mas conseguir la aprobación del Comité Olímpico Internacional no es tarea fácil. En 1993, cuando éste escogía la sede para los juegos que se celebrarían en el año 2000, China nominó a Beijing, su ciudad capital, como posible anfitriona. Sin embargo, en la última ronda del proceso de selección, Sydney la derrotó. Los chinos esperaron con paciencia, y en julio de 2001 Beijing fue escogida sede oficial para los XXIX Juegos Olímpicos, que tendrán lugar en agosto del presente año. Prepararse para ser anfitrión de este evento de tan grande magnitud puede ser un proceso largo, costoso y complicado, y los chinos entendían que no tenían tiempo que perder. Los cambios más evidentes en los que el país tendría que incurrir estaban relacionados con la infraestructura, ya que no había suficientes estadios con las especificaciones requeridas, ni lugares de alojamiento cerca de ellos, para los más de quinientos mil espectadores internacionales que se espera visiten China para los juegos. Para mayo de 2007, la construcción de los treinta y siete recintos deportivos relacionados con las Olimpiadas había comenzado. De éstos, treinta y uno están en Beijing, y seis en otras ciudades de China. También ha sido necesario construir cincuenta y nueve centros de entretenimiento, así como parques, hoteles, y otros edificios para hacer de la estadía de los visitantes y atletas la más cómoda posible. Sin embargo, los preparativos de un país para ser sede Olímpica van mucho más allá de construcciones y medidas de seguridad. Los habitantes también tienen que estar listos para recibir al mundo, y demostrarle que su país tiene sitios con una riqueza cultural inigualable, donde se convive de una manera civilizada. En el caso de China, preparar a una población multitudinaria con una cultura tan diferente a la occidental, ha presentado grandes retos. Las tradiciones de este pueblo abarcan prácticas que el turista promedio podría hallar ofensivas, y que seguramente desalentarían sus deseos de visitar la China. Algunos ejemplos incluyen las costumbres de comer sin camisa, incluso en restaurantes; de no utilizar inodoros sino letrinas, y no proveer papel higiénico en los baños públicos; o de nunca dar paso a los peatones que quieren cruzar la calle. En el mundo globalizado de hoy día, la cultura del oeste ha acaparado el estilo de vida de personas, países y regiones enteras, por lo cual prácticas como éstas a menudo se consideran rudimentarias. ¿Cómo lograr que el comportamiento típico de sus habitantes no le diera al mundo la impresión de una China desordenada y hasta un poco barbárica? Corregir los hábitos de los ciudadanos que llevan varias décadas practicándolos sin mayores consecuencias sería una misión casi imposible. El enfoque habría que tornarlo entonces hacia los jóvenes, cuyas rutinas aún estaban en formación, y quienes, para el 2008, podrían comportarse como ciudadanos de primer mundo, juzgando bajo los criterios de la cultura occidental. Durante los meses que pasé el año pasado aprendiendo mandarín en la Universidad Normal de Beijing, tuve la oportunidad de interactuar con muchos jóvenes que han sido parte de este proceso, al que ellos llaman 西方化 (XīFāngHuà), mejor traducido como occidentalización. Sería injusto atribuirle el éxito de la transición únicamente a los esfuerzos conscientes del gobierno para preparar a su pueblo para recibir las Olimpiadas. Después de todo, es un fenómeno presente en la mayoría de los países en vía de desarrollo. Sin embargo, las ansias de aprovechar la oportunidad tan única que se le presenta a la China para enseñarle al mundo capitalista lo que ha logrado con el particular sistema económico que la rige, ha inspirado en su juventud un deseo de sumergirse hasta lo más profundo de la cultura occidental. Las repercusiones de este deseo se hacen evidentes tanto en detalles de la vida diaria como su manera de vestir, sus preferencias de entretenimiento y sus costumbres sanitarias, como en la adopción de nuevas políticas gubernamentales, tales como cambios en ciertos reglamentos de tránsito, anuncios de incentivos para aprender inglés, entre otros. Durante el transcurso de toda esta preparación también han surgido otros obstáculos, al menos dos de los cuales China aún no ha podido sobrepasar totalmente, y que indudablemente ponen en riesgo que su trabajo como anfitriona de las Olimpiadas rinda los éxitos previstos. El primero de estos problemas, aún enfatizado frecuentemente por muchas organizaciones internacionales, está relacionado con la cantidad de violaciones a los derechos humanos que ocurren en China a diario. La estricta censura de los medios de comunicación; la persecución de grupos religiosos y espirituales; el abuso de su dominio sobre la región del Tíbet, y la supresión y encarcelamiento de activistas en contra de todas estas violaciones, muestran sólo algunos ejemplos de las infracciones de las cuales el país es acusado. A pesar de las promesas del gobierno de mejorar la situación al aceptar ser sede Olímpica, el público general no parece creer que China haya hecho suficiente. La segunda objeción es acerca de la contaminación, puesto que el aire de Beijing es uno de los más sucios del mundo. Para resolver este problema, el gobierno adoptó varias medidas dentro de la ciudad, principalmente relacionadas al control del tráfico. Aunque el Comité Olímpico indica que los resultados de las mismas han sido positivos, muchas delegaciones temen que la polución afecte el desempeño de sus atletas, y por esto han decidido postergar lo más posible sus fechas de llegada a Beijing. Los chinos creen que su ardua preparación se hará evidente con el éxito del evento, pues confían en que la suerte está de su lado. Las Olimpiadas están programadas para comenzar el día 8 del mes 08 del año 2008 a las 8:08:08 p.m., hora de Beijing. Para ellos, hay pocas cosas tan importantes como los números, y ningún número trae más suerte que el ocho. El carácter o ideograma que lo representa, , y que en mandarín se pronuncia bā, rima perfecto con el carácter , pronunciado fā, y presente en la palabra (fācái), que significa riqueza. En agosto, los espectadores de este evento juzgarán con sus comentarios si la combinación de los esfuerzos del gobierno y de las nuevas generaciones, junto con un toque de suerte, fueron suficientes para que China impresionara al mundo como tiene intenciones de hacerlo, sin que algunos hábitos tradicionales de una parte de su población distorsionen las imágenes positivas que de otra forma pudieran llevarse los visitantes. Datos curiosos:
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