Este artículo fue escrito para la revista En Exclusiva de Banco General, en la cual fue publicado en septiembre de 2013.
Para ver a los gorilas de montaña, una especie en peligro de extinción que habita en el centro de África, hay que viajar largas distancias. Sin embargo, el instante del primer encuentro con estos majestuosos animales amerita todo el esfuerzo. A continuación, un relato sobre la búsqueda y el hallazgo de dos familias de gorilas. Nuestra expedición al corazón de África comenzó años antes de nuestra fecha de partida. Tras las maravillosas experiencias que tuvimos haciendo safaris generales en Kenia, Tanzania y Botsuana, y luego de tigres en la India, mi grupo de viajes había quedado con la idea de visitar a los gorilas. A principios del año pasado tomamos la decisión de empezar a coordinar esta aventura. El proceso investigativo y de planificación fue casi tan divertido y enriquecedor como el viaje en sí. Muy pronto aprendimos, por ejemplo, que los gorilas de montaña solo habitan en tres países del mundo: Uganda, Ruanda y la República Democrática del Congo, todos en África, y que no hay ningún espécimen en cautiverio ni en un zoológico. Si queríamos verlos, tendríamos que viajar a uno o más de los tres sitios mencionados. Dada la inestabilidad política en la República Democrática del Congo y a su inferior desarrollo turístico en comparación con Uganda y Ruanda, descartamos esa opción casi de inmediato. Los otros dos destinos tenían distintos atributos que ofrecernos. Considerando, además, que el avistamiento de gorilas en estas excursiones nunca está ciento por ciento garantizado, optamos por visitar ambos países para incrementar nuestras posibilidades de encontrarlos. La fecha del viaje llegó muy rápido y, tras solo dos vuelos desde Panamá, a través de Ámsterdam, aterrizamos en el Aeropuerto Internacional de Entebbe, un pueblo muy cercano a Kampala, la capital de Uganda, que es un país de tamaño similar al del Reino Unido, con una población de alrededor de 35 millones de habitantes. Si bien su índice de pobreza ha disminuido gradualmente a través de los últimos años, aún sigue enfrentando grandes retos en materias como salud y derechos humanos. Sin embargo, Uganda cuenta con una gran riqueza natural, la cual ha estado aprovechando de manera efectiva para fomentar el turismo. Entre sus principales maravillas está el lago Victoria, frente al cual dormimos nuestra primera noche de esta travesía. Este lago es comúnmente considerado la fuente del río Nilo. En términos de superficie, es el lago más grande de África, y el segundo lago de agua dulce más grande del mundo (superado únicamente por el lago Superior en Norteamérica). Nuestro primer día en Uganda se lo dedicamos al lago Victoria: desde Entebbe tomamos un botecito de motor y fuimos a la isla Ngamba, en la cual se encuentra un santuario de chimpancés. Ahí aprendimos mucho acerca de estos animales los cuales, al igual que los gorilas, los bonobos, los orangutanes y los humanos, pertenecen a la familia de Primates llamada hominidae. De hecho, los chimpancés y los bonobos son las especies vivientes más semejantes al ser humano y comparten hasta el 98.4% de nuestro ADN. Sin embargo, nuestra expedición tenía como meta hallar otra especie de esta misma familia, los gorilas, por lo cual muy temprano al día siguiente continuamos nuestro viaje por aire y luego por tierra, hasta llegar al Parque Nacional de la Selva Impenetrable de Bwindi, en el suroeste de Uganda. Este parque, designado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, funge como hogar de uno de los ecosistemas más ricos de África, y de casi la mitad de la población mundial de gorilas de montañas, una especie en peligro de extinción. De los menos de 800 individuos vivos de esta especie, 340 habitan en Bwindi y conforman veinte familias, de las cuales la mitad está habituada a ver seres humanos. Los carros tienen prohibida la entrada al parque y, para evitar abrumar a los gorilas, el senderismo (o "trekking") para avistarlos se limita a grupos de ocho personas por familia de gorilas, sumando un total de aproximadamente ochenta visitantes al parque por día. Nunca se sabe con certeza a qué distancia estarán los gorilas y lograr un encuentro con ellos puede implicar largas y complejas caminatas, por lo que desde antes del viaje tuvimos que adoptar las condiciones físicas necesarias para aguantar la travesía. El día de nuestro primer "trek", todos nos despertamos con ansias de vivir la experiencia sobre la cual tanto habíamos leído. Al llegar a la entrada del parque, nos instruyeron sobre la familia de gorilas que íbamos a buscar y sobre cómo comportarnos durante el recorrido. Además, nos informaron que dos rastreadores habían salido desde muy temprano esa mañana a ubicar a los gorilas, y que orientarían a nuestros guías con respecto a dónde encontrarlos. La primera hora de caminata fue a través de espacios empinados pero relativamente abiertos. Sin embargo, al entrar a la selva en sí, Bwindi no demoró en demostrarnos por qué le llaman "impenetrable" y por qué es reconocido como el sitio más profundo y oscuro de África. Con nuestros respectivos bastones y guantes de jardinería, intentamos abrir un sendero a través de la densa vegetación que apenas nos permitía recibir uno que otro rayo de luz, y ver lo que se aproximaba a un par de metros. Después de casi cuatro horas desde nuestro punto de partida, ya exhaustos y estropeados, alcanzamos a los rastreadores quienes nos prepararon para vivir la mágica experiencia que lograría, con creces, que todo el esfuerzo hubiese valido la pena. Despejamos las últimas ramas y ahí, en un pequeño oasis entoldado por las frondas de los árboles, estaban sentados dos gorilas. De inmediato me asombraron su gran tamaño y su gruesa contextura, así como la fina definición de sus rasgos humanoides. Poco a poco nos fuimos acercando hasta estar a alrededor de cinco metros de ellos. Al percatarse de nuestra presencia, los dos gorilas se alejaron ligeramente lo cual nos permitió avistar a otros tres que se camuflaban detrás de unos matorrales. Pronto todos se desinhibieron y empezaron a posar de distintas formas: se acostaban, caminaban un rato, se sentaban, se acercaban los unos a los otros, se alejaban y luego se acostaban nuevamente. Al cabo de veinte minutos, todos empezaron a moverse en una dirección, y nosotros nos fuimos detrás de ellos. Mientras los seguíamos, uno de ellos quiso asustarnos: se volteó repentinamente y corrió hacia nosotros emitiendo ruidos que sonaban a furia y moviendo los brazos agitadamente. Nosotros nos mantuvimos estáticos como nos habían instruido y, afortunadamente, el gorila se tropezó y se calmó. Si bien quedamos muy asustados al principio, pronto recordamos que los gorilas casi nunca atacan a los humanos. En general, fue realmente fantástico poder observarlos tan integrados con su entorno y comportándose de manera tan natural. Al terminar nuestra hora, tiempo máximo permitido para convivir con los gorilas, retomamos la caminata, esta vez bajo la lluvia, hasta regresar a la base desde la cual habíamos partido casi ocho horas antes. El traslado por tierra hasta Ruanda se nos pasó muy rápido; la satisfacción de todos tras el encuentro con los simios era patente. Apenas cruzamos la frontera y dejamos atrás a Uganda, empezamos a notar las diferencias entre estos vecinos africanos. Ruanda, en contraste con Uganda, tiene infraestructura bien desarrollada y un margen de corrupción insignificante. Si bien aún enfrenta grandes retos con respecto a la pobreza, su economía tiene uno de los más altos índices de crecimiento de toda África. Los esfuerzos del gobierno por reintegrar la nación después del genocidio de 1994, en el cual murieron asesinados casi un millón de tutsis y hutus moderados, son palpables. Incluso, tienen centros memoriales del genocidio a través del país, para que todos los ruandeses tengan sitios donde recordar a los seres queridos que perdieron durante la guerra y reflexionar sobre la tragedia que vivieron como nación. En nuestro viaje, tuvimos la oportunidad de visitar el Centro Memorial del Genocidio, en Kigali, la capital de Ruanda. En este centro aprendimos acerca de las atrocidades que se cometieron en este y otros genocidios alrededor del mundo, y pudimos apreciar cuán loable es que hoy en día los hutus y tutsis convivan pacíficamente en el pequeño territorio de Ruanda, que es de un tercio del tamaño del de Panamá, pero con más de tres veces su población. La historia de reconciliación que ha construido esta nación después de su genocidio es un gran ejemplo a seguir, para toda la comunidad internacional. Después de un par de horas en la carretera llegamos a nuestro destino: el Parque Nacional de los Volcanes, en el noroeste de Ruanda. Este parque sirvió como base para las investigaciones de la zoóloga estadounidense Dian Fossey, quien durante dieciocho años estudió a las familias de gorilas que lo habitaban. Fossey, aún considerada la máxima autoridad en cuanto a conocimiento y conservación de gorilas se refiere, fue asesinada en este parque, en 1985, y está enterrada ahí. En su autobiografía Gorilas en la Niebla, transformada a una película de Hollywood, en 1988, Fossey describe sus descubrimientos con respecto al comportamiento de estos animales y sus esfuerzos para eliminar la cacería de los mismos. En el Parque Nacional de los Volcanes actualmente viven diez familias de gorilas habituadas a humanos, cada una de las cuales puede ser visitada a diario por un grupo de ocho turistas. A nosotros nos asignaron la familia Sabyinyo y, a diferencia de lo sucedido en Bwindi, aquí los encontramos al cabo de la primera hora. Estaban en un espacio verde y denso, pero muy amplio y abierto. Daba la impresión de ser una excelente sala de estar para gorilas. Estuvimos observándolos durante una hora: desde el bebé de un año hasta Guhonda, el lomo-plateado (líder) del grupo y el gorila viviente más grande del mundo, se integraban jugando, descansando y movilizándose libremente. Al terminar nuestro tiempo con ellos, salimos de la selva estupefactos nuevamente por la reunión tan sincera y mística que tuvimos con estos animales. Al día siguiente, dejamos el África temporalmente, pero mis memorias de nuestros encuentros con los gorilas me servirán siempre como un refugio de la vida cotidiana, y como prueba de, y vínculo con, la majestuosidad de la naturaleza
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